miércoles, 19 de agosto de 2009

Más libros de cuando éramos pequeños


Algunos/as de nosotros/as leímos poesía (yo desde luego era uno de ellos) y debo ese gran placer (aunque a alguno de mis amigos le pueda parecer "rarito") a una monja: ¿os acordáis de Sor Emilia? Bueno, pues Sor Emilia cuando estuve malo en 6º (casi tres meses por unas fiebres reumáticas, o eso decían) venía a darme clases de vez en cuando a casa, y un día me regalo éste libro del gaucho Martín Fierro:
Todavía me acuerdo de su comienzo:
Aquí me pongo a cantar,
al compás de la vigüela
que al hombre que lo desvela
una pena estrordinaria,
como el ave solitaria
con el cantar se consuela.
La música es de Cristobal Repetto, un tanguero de los de ahora:

A partir de ahí, la afición fue en aumento y a ella recurrimos en casi todo momento especialmente emotivo, como cuando nos enamorábamos...

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
(..qué hubiéramos hecho sin ti Neruda...)
Suenan los Gipsy Kings...

... o cuando murió Wison...

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
… (El rayo que no cesa, de Miguel Hernández, libro que leí hasta hartarme con Guso).
Desde luego, oímos a Serrat.

... O cuando volvíamos a perder la cabeza por amor (la adolescencia tiene estas cosas, ¿verdad?)...

¡Si me llamaras, sí; si me llamaras!
Lo dejaría todo, todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Y aún espero tu voz:
telescopios abajo, desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
«¡si me llamaras, sí, si me llamaras!»
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca desde la voz que dice: «No te vayas».
(La voz a ti debida, de Pedro Salinas)
Escuchad a Eva Cassidy, una voz impresionante ya desaparecida, trágicamente...

No hay comentarios:

Publicar un comentario